Un estanque sucio de agua no permite ver el fondo. Nos es confuso y lo imaginamos viscoso. Arriba, el árbol. Deja caer sus ramas vítreas a la superficie. No sabemos si hay algo de ellas debajo, al sumergirse imaginamos que la podredumbre, en principio, solo las caricia pero, luego, va penetrándolas hasta violarlas.
Entra en escena una mujer ciega vestida de noche, con cartera al tono. Parece desorientada, parece triste. Se arrodilla y hunde las manos, hechas un cuenco, en el estanque. Levanta el sorbo de fétidos desperdicios y toma. Su cara no muestra extrañeza ni horror pero le adivinamos en la mueca un asco esperado. Saca de su cartera un pastillero pequeño como un botón. Lo abre y saca dos pastillas rosas casi invisibles. Las traga. ¡Oh, Bendita Nanotecnología! ¡Qué bien nos cae!
12.6.08
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